EL
SUEÑO DE LA TORTUGA
Juan
Bolea 26/05/2004
Distrito
14 regresa con un disco rotundo y mayor, demostrando que el grupo, fiel
a sÌ mismo, evoluciona a placer por los senderos del rock.
Los miembros de Distrito 14, Mariano Chueca, Enrique Mavilla y Juan Millán,
debieron aprovechar a fondo su monástico retiro en el monasterio
de Veruela porque han dado a luz, no sé si en maitines, o en las
horas de las apariciones de Gustavo Adolfo BÈcquer, un disco rotundo
y mayor: El sueño de la tortuga .
Con una cuidada producción, un hatillo de excelentes canciones,
muchas cosas que decir, rock, pop y ese gramito de urbana ternura que
los hace inconfundibles, los músicos zaragozanos han sorprendido
gratamente al proporcionarnos un disco clásico, respetuoso con
sus raÌces y, al mismo tiempo, más arriesgado y rico en
la producción musical y vocal. Una producción, por cierto,
que ha contado con
colaboradores de lujo, como Antonio Vega (coros en Valium y Champagne
, uno de los temas estelares del compacto), Bela (también, coros)
y Anye Bao, percusión en Canción con un verso roto .
La épica de Distrito 14 tiene que ver mucho que ver con el viaje,
con la pérdida, con el sentido de extrañamiento. En sus
canciones aparecen chicas neoyorquinas que caminan bajo la lluvia con
un arma
oculta en la chaqueta, que lloran lágrimas de alcohol, y que no
esperan a nadie. Aparecen hoteles de Pennylvania, camastros de rockeros,
perfiles entrevistos desde una camioneta llena de instrumentos, y siempre
con demasiados kilómetros.Aparecen
desiertos, postes telefónicos, carreteras que no llevan a ninguna
parte, y aparece también, racialmente, el desierto aragonés,
con su soledad sonora, sus muertas estaciones de ferrocarril y el cielo
bajo manchado de nubes.
Distrito 14 canta al amor, pero no al amor victorioso, ni al desamor,
sino a ese filo del sentimiento por donde discurre el ensueño y
la esperanza, lo que pudo ser, lo que tal vez podrá ser. Labios
que se entreabren, citas que quedaron en nada, deseos de volver a comenzar,
de disponer de un nuevo dÌa y de una luz más clara.
Es el amor urbano, la historia álgida y efímera que nunca
puede derrotar a la rutina, pero que se reiventa a sÌ misma en
cada canción, en cada concierto. Ese espÌritu nómada,
de generación perdida, tan querido a la leyenda del rock, habita
en los Distrito con una dignidad engrandecida por el paso de los años,
por la evolución creativa de su universo musical.
Y hay mar, mucho mar al fondo de la lírica. Un mar nebuloso, como
entrevisto desde el interior, o como esas caravanas cegadas por el sol,
telas blancas desgarradas por el viento. También, a veces, la cortina
de sonido, instrumental, que ampara la voz de Chueca tiene la consistencia
de un elemento natural, de la tempestad, de la resaca, mientras el solista
aletea en la prisión de los sentimientos esféricos, arrancando
destellos a los diamantes de la música popular.
Los tres, Chueca, Mavilla y Millán, están en una gran forma.
Coordinados, sólidos, sin más florituras que las precisas
para adornar los cambios de ritmo o esas baladas que llegan hondo, y que
dicen cosas, muchas cosas, y que sugieren más. Distrito ha vuelto
a soñar. Con la tortuga.
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